martes, 20 de febrero de 2007

Planteamiento del Problema

Cuando Buda era todavía el príncipe en Sidarta, encerrado por su padre en un magnifico palacio, se escapo varias veces para pasearse en coche por los alrededores. En su primera salida encontró a un hombre achacoso, desdentado, todo lleno de arrugas, canoso, encorvado, apoyado en un bastón, balbuceando y tembloroso. Antes de su asombro, el cochero le explicó lo que es ser viejo… Que desgracia, exclamó el príncipe, que los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud, no vean la vejez. Volvamos rápido a casa. De qué sirven los juegos y las alegrías si soy la morada de la futura vejez…
Ahora bien, Buda reconoció en un anciano su propio destino porque, nacido para salvar a los hombres, quiso asumir su condición total. En eso se diferenciaba de ellos, que aluden los aspectos que les desagradan. Y en particular la vejez. Norteamérica, por ejemplo, ha tachado de su vocabulario la palabra muerte: se habla del ser querido que se fue; asimismo evita toda referencia a la edad avanzada. En otras grandes e importantes ciudades, en la actualidad, es todavía un tema prohibido. Con amabilidad o con cólera mucha gente, sobre todo gente de edad, me repitió abundantemente que la vejez no existe… hay gente menos joven que otra, eso es todo.
Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto vergonzoso del cual es indecente hablar. Sobre la mujer, el niño, el adolescente, existe en todos los sectores una abundante literatura; fuera de las obras especializadas, las alusiones a la vejez son muy raras. La sociedad de consumo, como lo observó Marcuse, ha sustituido la conciencia desdichada por una conciencia feliz y reprueba todo sentimiento de culpa. En México, como en otras ciudades, los viejos están condenados a la miseria, a la soledad, a la invalidez, a la desesperación. Ni siquiera en los Estados Unidos su suerte no es más afortunada.
Para conciliar esta barbarie con la moral humanista que profesa, la clase dominante toma partido cómodo de no considerarlos como hombres; si se escuchara su voz habría que reconocer que es una voz humana. Describir no solo la situación sino su situación que se les presenta y la manera en que la viven es todo un reto…
La actitud de la sociedad con respecto a ellos es por lo demás de una profunda duplicidad. En general no considera a la vejez como una clase de edad definida. Las crisis de la pubertad permite trazar entre el adolescente y el adulto una línea de demarcación que no es arbitraria sino dentro de límites estrechos: a los 18, a los 21 años, en algunas culturas, los jóvenes son admitidos en la sociedad ya como hombres. Casi siempre esta promoción va acompañada de ritos de pasaje, es decir, el momento en que comienza la vejez está mal definido; varía según las épocas y los lugares. Por ejemplo, en la política, un individuo conserva toda su vida los mismos derechos y los mismos deberes. Prácticamente no se les considera una categoría aparte y por lo demás ellos no creo que lo querrán; existen libros, publicaciones, espectáculos, emisiones de televisión y de radio destinadas a los niños y a los adolescentes: a los viejos no. En todos esos planos se los asimila a los adultos más jóvenes. Sin embargo, cuando se decide su condición económica parece considerarse que pertenecen a una especie extraña, no tienen las mismas necesidades ni los mismos sentimientos que los otros hombres puesto que basta acordarles una miserable limosna para sentirse en paz con ellos. Esta ilusión cómoda es acreditada por los economistas, por los legisladores cuando lamentan el peso que los no-activos representan para los activos, como si éstos no fueran futuros no activos y no aseguraran su propio futuro instituyendo la protección de las gentes de edad. Los sindicalistas no se equivocan, cuando formulan reivindicaciones siempre atribuyen una parte al problema de la jubilación.
Los viejos, que no constituyen ninguna fuerza económica, no tienen, los medios de hacer valer sus derechos; el interés de los explotadores es quebrar la solidaridad entre los trabajadores y los improductivos de modo que éstos no sean defendidos por nadie…
Por otro lado, me pregunto ¿Por qué si los viejos manifiestan los mismos deseos, los mismos sentimientos, las mismas reivindicaciones que los jóvenes, causan escándalo? ¿Por qué en ellos el amor, los celos parecen odiosos o ridículos, la sexualidad repugnante, la violencia irrisoria? Se les concibe como personas que deben dar ejemplo de todas las virtudes. Ante todo se les exige serenidad; se afirma que la poseen, lo cual legitima a desinteresarse de su desventura.
La imagen sublimada que se ha propuesto de ellos es la del Sabio aureolado de pelo blanco, rico en experiencia y venerable, que domina desde muy arriba la condición humana; si se aparta de ella, caen por debajo. Ahora bien, la imagen que se opone a la primera es la del viejo loco que chochea, dice desatinos y es el hazmerreír de los niños. De todas maneras, o por su virtud o por su abyección se les sitúa fuera de la humanidad. Es posible, pues, negarles sin escrúpulos ese mínimo que se considera necesario para llevar una vida humana…
Nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos: de todas las realidades (la vejez) es quizá aquella de la que conservamos más tiempo en la vida una noción puramente abstracta… Todos los hombres son mortales: lo piensan. Pero muchos de ellos llegan a viejos: de tal forma que casi nadie prevé de antemano este avatar. Creo que nada debería ser más esperado, nada es más imprevisto que la vejez. Cuando los jóvenes se les interrogan sobre su futuro, y sobre todo las muchachas, interrumpen la vida a los 60 años cuando más. Algunos dicen que no llegarán hasta entonces, sino que morirán antes. Y otros incluso dicen que se matarán antes de que eso suceda. Lo cual me hace pensar que los hombres se comportan como si nunca hubiera de llegar a viejo. A menudo el trabajador se queda estupefacto cuando suena la hora de la jubilación: la fecha estaba fijada de antemano, conocía. El hecho es que hasta último ese saber le había sido extraño.
Llegando el momento, y ya al irse acercando, por lo común no se sabe a quien se prefiere si ala vejez o a la muerte.
La verdad es que nadie se vuelve viejo en un instante; los jóvenes o en la fuerza de la edad, no pensamos, como Buda, que estamos habitados ya por nuestra futura vejez, separada de nosotros por un tiempo tan largo que se confunde a nuestros ojos con la eternidad; ese futuro lejano nos parece irreal. Y además los muertos no son nada; se puede sentir vértigo metafísico ante esa nada, pero en cierta manera tranquiliza, no plantea problema. Ya no se será… a los 20, a los 40 años pensarnos viejos es pensarse otros.
Hay algo aterrador en toda metamorfosis. De niño que quedaba estupefacto y hasta me angustiaba cuando me imaginaba que un día había de transformarme en adulto, en persona mayor. Pero el deseo se seguir siendo uno mismo generalmente queda compensado a esa tierna edad por las ventajas considerables de la condición de adulto. En cuanto la vejez aparece como una desgracia. Aún entre las gentes a las que se considera bien conservada, la decadencia física que entraña salta a los ojos. Porque la especie humana es aquella en que los cambios debidos a los años son más espectaculares.
Ante la imagen que los viejos nos proponen de nuestro futuro, somos incrédulos; pareciera que una voz en nosotros nos murmura absurdamente que no nos pasara. Ante de nos caiga encima, la vejez es algo que sólo concierne a los demás. Así se puede comprender que la sociedad logre disuadirnos de ver en los viejos a nuestros semejantes. No sigamos trapeando; en el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida. No sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconocerse en ese viejo o en esa vieja, así tendrá que ser si queremos asumir en su totalidad nuestra condición humana.
La economía está basada en el lucro, a él está subordinada prácticamente toda la civilización; sólo interesa el material humano en la medida en que rinde. Después se le desecha. Por tanto, bajo esta visión, los hombres no deben servir demasiado tiempo; todo lo que excede de 55 años debe ser arrumbado… La palabra arrumbar expresa muy bien lo que quiere decir. Nos cuentan que la jubilación es la época de la libertad y del ocio. Son mentiras desvergonzadas. La sociedad impone a la inmensa mayoría de los viejos un nivel de vida tan miserable que la expresión “viejo y pobre” constituye casi un pleonasmo: a la inversa, la mayoría de los indigentes son viejos. Los ocios no abren al jubilado posibilidades nuevas; en el momento en que el individuo se encuentra por fin liberado coacciones, se les quitan los medios de utilizar su libertad. Esta condenado a vegetar en la soledad y el aburrimiento, es un puro desecho… Que durante los quince o veinte últimos años de su vida un hombre no sea más que un desecho es prueba del fracaso de nuestras sociedades; esta prueba nos angustiaría si consideráramos a los viejos como hombres, con una vida humana detrás de ellos, y no como cadáveres ambulantes. Exigir que los hombres sigan siendo hombres durante su edad postrera implicaría una conmoción radical. Imposible obtener ese resultado con algunas reformas limitadas que dejaran intacto el sistema; la explotación de los trabajadores, la atomización de la sociedad, la miseria de una cultura reservada a un mandatario concluyen en esa vejez deshumanizante. Es por ello que se guarda tan cuidadoso silencio sobre la cuestión; por eso creo que es necesario quebrar ese silencio.

Lexicografía de la vejez

La vejez fue, salmódicamente, alabada por los antiguos griegos y romanos, árabes y persas. La importancia de los ancianos en la sociedad fue enorme; representaban el tesoro de la memoria y “guardaban” los descubrimientos de los grupos humanos en épocas en que no había escritura para archivar la memoria y la mayoría de la gente no sabía leer.
El SENADOR (senior, mayor, el más viejo) tenía el prestigio de la experiencia vital acumulada, de la madurez, del sosiego. La gente confiaba en su liderazgo; la edad era un criterio objetivo de autoridad (Consejo de Ancianos); los viejos eran los especialistas en el pasado.
En las lenguas actuales “occidentales” a las personas mayores se les dice viejo, vell, vello, viellard, vecchio que encierra la idea de cosa gastada, deteriorada por el uso y el paso del tiempo.
Frente a estas palabras con significado peyorativo, las lenguas “orientales” usan para designar al anciano los términos shaij (árabe = doctor, maestro, guía espiritual, jefe de familia o tribu, abad de un monasterio) y gadim (árabe = príncipe eterno o apelativo de Dios).
En persa, se usa pir (anciano, fundador de una secta, el mundo, el cielo, un ángel) y mard (héroe, valiente, atrevido).
“Viejo”, puede ser sinónimo de añoso, anciano, mayor, advirtiendo que en castellano se aplica el término viejo tanto a los objetos como a las personas.
Por ejemplo en Argentina la palabra “VIEJO” se emplea con ternura para designar con ella a los padres. Para nosotros, en México, el “viejo” es una persona madura, hombre o mujer con historia; el que ha hecho nuestro mundo; el que ha configurado la parte complementaria del “nosotros” sin la cual nuestra personalidad quedaría amputada, irresuelta.
Los hombres tenemos, en gran parte, lo que los demás nos transfieren (tránsfer y metáfora, del griego, vienen ambos del mismo verbo: transportar) –esto hacen los viejos-; también nos ayudan a percibir, configurar y determinar la realidad; nos inculcan hábitos o pautas que nos modela; nos tutelan para permitir el desarrollo de la inteligencia y el mundo afectivo.
“Clásico”, “viejo”, “mundo” es acumulación de conocimientos, sentido, cultura, sentimientos, experiencias a lo largo de la existencia; rememorar caminos, días pasados, viajes, recuerdos, olvidos.
“Mundo” es, en efecto, aquello que recibimos elaborado de quienes nos precedieron.
“Clásico”, es decir viejo, es el mundo, el “Welt” (alemán; welt = hombre; alt = viejo, maduro, generación). Lo generacional debiera ser un continuo articulado e interactivo, sin embargo, las brechas generacionales cada vez se ahondan más. Tal vez, no nos estamos dando el debido tiempo para que se posibilite el indispensable contacto entre dos generaciones, la que envejece y la que crece. Cada uno se conduce y se comporta según la situación de la relación interhumana en que se encuentra; es preciso, entonces, “marchar con”, “viajar con”, “compartir con” en una especie de solidaridad itinerante por el camino de la vida. Viajamos en compañía y es necesario y bueno que nos crean, nos escuchen, nos permitan el diálogo. Gracias al largo viaje y a los muchos diálogos Don Quijote llegó casi curado al final de su vida en compañía de Sancho “el bueno”.
La contextura de nuestro mundo actual, del mundo que habitamos, ha sido configurada por la transmisión de pautas que, desde nuestra niñez, nos han brindado las personas tutelares que son nuestros mayores. Nuestros padres trataron de incorporar nuestro ser a su mundo y, al mismo tiempo, sin darse cuenta, incorporaron su mundo a nuestro ser. Ver la realidad como tal se da en el marco y con arreglo a las pautas que nos transmiten; existir humanamente es “coexistir” con los otros (un Robinson Crusoe puro sentiría el “vacío” y moriría sin la existencia de una comunidad de hombres).
“Tercera Edad” es un invento francés que no tiene asidero ni social, ni antropológico, ni ideológico; es un eufemismo para evitar la palabra viejo, aparentemente peyorativa.
Un error es llamar al viejo “abuelo”; ésta es una titularidad que a veces el mayor no profesa.
Llamamos “Gerontología”, al estudio del envejecimiento normal en lo biológico, psicológico y social y “Geriatría”, al estudio de las modalidades del envejecimiento y las enfermedades que aparecen durante este proceso.
El envejecimiento es un proceso, no es un estado y por ello en inglés se usa la palabra “aging”. El viejo es una persona individual, diferente, especial, irrepetible, por ello conviene hablar “del viejo” y no “de los viejos” en general.
Está lexicografía que he constatado sirve, entre otras cosas, para conocer acertadamente el significado de las palabras; este significado se hace necesario para hallar una mirada válida de la realidad y no generar, indebidamente, estereotipos negativos. Precisar el lenguaje es entender mejor; es coincidir en la interpretación y brindar un plano de soporte conceptual.

TEXTOS BÁSICOS

Bazo, M.T. Coordinador, “Envejecimiento y sociedad, una perspectiva internacional”, Panamericana, Madrid, 1999.

Muñoz Tortosa, Juan, “Psicología del envejecimiento”, Pirámide, Madrid, 2002.

Arber, S. Y Ginn, J. “Relación entre género y envejecimiento”, Enfoque sociológico, Narcea, Madrid, 1996.

BIBLIOGRAFIA

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Bazo, M.T., “La institución social de la jubilación” De la sociedad industrial a la postmodernidad, Nau Llibres, Valencia, 2001.

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Friedan, B, “Mi vida hasta ahora”, Cátedra, Madrid, 2003.

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Miguel, J.M. de, “Sociología de la vejez”, Universidad de Alicante 1989.

Moragas Moragas, R, “Gerontología social. Envejecimiento y calidad de vida”, Herder. Barcelona 1991.

Moragas Moragas, R, “La jubilación: una oportunidad vital”, Herder, Barcelona 2001.

Temas a Investigar


I.- Vejez y biología

a) Factores de envejecimiento
b) Esperanza de vida
c) Longevidad
d) Salud y asistencia sanitaria
e) Causas de muerte/suicidio

II.- La Vejez en las sociedades históricas

a) El envejecimiento social
b) Teorías psico – sociales del envejecimiento
d) Políticas socio – sanitarias
e) Problematización social del envejecimiento
d) Problemas reales de la vejez y respuestas sociales

III.- La familia

a) Relaciones y apoyo
b) Situaciones familiares y nuevas formas de hogar
c) El sentido de la familia para los ancianos
d) Las residencias y hogares para los ancianos (Asilos)

IV.- La vejez en la sociedad de hoy.

V.- La muerte y los viejos

VI.- Conclusiones.

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